domingo, 30 de julio de 2017

El martirio de Carlos Sacheri, el intelectual combatiente


Hoy, 22 de diciembre[1], se cumplen 40 años del martirio de Carlos Sacheri, del mismo modo que el pasado 27 de octubre se cumplieron los mismos años del asesinato de Jordán Bruno Genta. Ambos, víctimas del liberalismo y del comunismo de nuestra querida Argentina. Ambos, víctimas del tercermundismo enquistado dentro de la Iglesia, por la lectura progresista (“hermenéutica de ruptura”, en palabras del Papa Benedicto XVI) de los textos del Concilio Vaticano II.
Carlos Alberto Sacheri nació el 22 de octubre de 1933 en Buenos Aires, siendo el cuarto de siete hijos del abogado y general de la Nación Oscar Antonio Sacheri y de María Elena Kussrow. Tomó su primera Comunión el 3 de octubre de 1942 en la Iglesia del Carmen. Tenía muchas condiciones artísticas, y desde chico manejaba muchos idiomas.
Una vez doctorado, fue presidente de los jóvenes de Acción Católica, dedicando su tiempo a dar charlas para adultos y jóvenes. “Aunque haya tres yo hablo”, solía decir.
Cursó estudios jurídicos sin completarlos, pues le atraía más la filosofía. Sus lecciones más formales en la materia las recibió desde los 15 años siguiendo los cursos sobre la Suma de Teología de Santo Tomás con el padre Julio Meinvielle, que señalándolo dijera: “Vea Ud. las maravillas que hace el tomismo en quien se deja conducir por él”. De su maestro aprendió el rigor dialéctico, el tomismo esencial y el apostolado de la inteligencia. El mismo Carlos Sacheri tomó la palabra el día del entierro del padre Julio, afirmando que fue un intelectual combatiente. “Cabría reducir toda su enseñanza a una tesis central: la Cristiandad. Sin lugar a dudas, Meinvielle ha sido el mayor teólogo de la Cristiandad en lo que va del siglo XX.” Él mismo le prologó su libro El Poder Destructivo de la Dialéctica Comunista.
El p. Meinvielle analiza con su habitual lucidez la conexión íntima de los conceptos de dialéctica, alienación y trabajo, a la vez que detecta las implicancias prácticas del esquema dialéctico en la estrategia subversiva de la lucha de clases, que el comunismo promueve en el mundo entero… Esta obra del p. Meinvielle constituye el estudio más valioso, a nivel internacional, de la teoría económica marxista… Al mismo tiempo, denuncia las graves deficiencias de la economía liberal y neoliberal, a la luz del fecundo principio de la reciprocidad de los cambios.” (Segundo prólogo a la obra del p. Julio Meinvielle, El Poder Destructivo de la Dialéctica Comunista, Cruz y Fierro Editores, 1973, pp. 7-8)
Luego de finalizado su servicio militar, se vinculó al grupo universitario del Dr. Juan Rodríguez Lonardi, experto en nuclear jóvenes y formarlos intensamente en la fe y en el patriotismo. Allí conoció al profesor Emilio Komar. Sus primeras clases las dictó en la Universidad del Salvador, razón por la cual fue admitido a la Licenciatura en Canadá, a pesar de no tener estudios de grado. Carlos aprendió de Komar el estilo de la verdadera universidad.
En 1956, a los 23 años, inició su único noviazgo, y el 19 de diciembre de 1959 se casó con María Marta Cigorraga, de la cual nacieron siete hijos. En 1961 ganó una beca en concurso internacional para estudiar en la Universidad Laval, de Quebec, por el período 1961 – 1963. Su principal profesor allí fue Charles de Koninck. Se licenció en filosofía con mención “magna cum laude” (1-VI-1963), y dio clases, destacándose por ser “el profesor innovador que va a las fuentes”. En 1963 volvió a Canadá para hacer el doctorado, lográndolo “Summa cum laude” el 8 de junio de 1968 con la tesis escrita en francés todavía inédita Necessité et nature de la délibération. Allí fue cuando conoció a Jean Ousset y al movimiento La Ciudad Católica, donde viajaba a varios países en representación de la Universidad Laval, y empezaba a ser valorado por sus inmensos talentos… Pero no quiso desprenderse de su querida patria: “Yo quiero hacer como Komar, quiero enseñar en la Argentina.” Y volvió, a la Argentina sufriente de ese momento, porque un verdadero patriota del cielo no puede desertar de militar en favor de su patria terrena. Como su maestro, el p. Julio Meinvielle, él también quería ser un “intelectual combatiente”.
Retomó su vinculación con la Acción Católica del Pilar, en la que disponían de él como si fuera un empleado todo tiempo para que disertara sobre cualquier tema; se unió a la Agrupación Misión y al Colegio San Pablo.
Participó de La Ciudad Católica y colaboró en la revista Verbo, convirtiéndose en el principal referente de todos esos emprendimientos. En el ámbito de La Ciudad Católica fundó el IPSA (Instituto de Promoción Social Argentina) y organizó cuatro de sus congresos anuales (1969, 1970, 1971 y 1972), que hoy perviven en la Argentina con ese nombre u otros diversos (congresos argentinos de jóvenes, jornadas de formación católica, etc.). En el plano de la organización social esos congresos fueron la máxima obra de Carlos, que se caracterizaron tanto por la ortodoxia como por la excelencia universitaria y el diálogo amistoso, con la mezcla de ejercicio religioso, actividad académica, encuentro de planificación política y reunión de amigos. Dictó cursos de filosofía en el Instituto Terán y dio clases en el Centro de Estudios Superiores “San Alberto Magno”; pronunció conferencias en todo el país, haciéndose entender por todos.
Ingresó como profesor en la Universidad Católica Argentina colaborando con su gran amigo Mons. Derisi, que lo llenó de clases y cursos en distintas facultades. Ganó por concurso el cargo de profesor de Filosofía e Historia de las Ideas Filosóficas en el ingreso a la Facultad de Derecho de la UBA, donde fue designado director del Instituto de Filosofía del Derecho. En una universidad donde campeaban Alemán y Martínez de Hoz, el liberalismo y el positivismo, él decía: “Acá escucharán algo distinto a lo que están acostumbrados a escuchar”.
Otro de sus lugares de trabajo fue el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Desde allí se preocupó porque los investigadores pudieran vivir con su tarea y salir de una vez del amateurismo universitario criollo que nos avergüenza, fomentando la creación de distintas asociaciones. De allí surgieron el Instituto de Filosofía Práctica, el FECIC y muchos otros, posibilitando que se quedaran en el país muchos intelectuales.
Fue en 1974 el promotor decisivo de la vuelta a la actividad de la Sociedad Tomista Argentina, que desde hacía cerca de 15 años estaba inactiva afectada por la reacción antitomista del postconcilio, siendo su secretario durante tres meses y hasta su muerte.
Se incorporó al MUNA (Movimiento Unificado Nacionalista Argentino), formando parte de su Mesa Ejecutiva, en representación del porteño Movimiento de la Nueva República, del que fue cofundador.
Predicó sin descanso donde lo llamaran, en y fuera del país. Viajó a Lausana, Suiza, Venezuela, Canadá, Estados Unidos, Chile y mucho a Uruguay. De esta época es su conferencia más famosa, sobre “El universitario y la doctrina marxista”, dictada el 9 de junio de 1973. Demostraba que ni siquiera los marxistas argentinos no conocían a Marx. Cualquiera que tuviera buena voluntad podía convertirse, ya que refutaba todos los argumentos opuestos.
«Nadie podía suponer hace apenas un par de meses, cuando comenzábamos a preparar lo que hoy es esta jornada, la tremenda actualidad que iba a cobrar en el marco de la situación cultural argentina, este tema del marxismo dentro del orden universitario. Si bien muchas cosas eran previsibles, no podían preverse cabalmente una entrega en manos de grupos marxistas de las universidades de todo el país y de los medios de difusión social, medios de comunicación masiva, que configuran los dos pilares institucionales, orgánicos, de lo cultural en cualquier nación.» Esto que Sacheri veía venir en Argentina (y no sólo en ella), es lo que hoy padecemos: invasión de la ideología en las universidades y en los medios de comunicación social, logrando alejar, a través de la educación formal e informal, a las clases dirigentes y a las multitudes, de la verdad católica.
«El marxismo no es una doctrina como cualquier otra doctrina. No es una mera “teoría”. Como lo dicen coherentemente desde el mismo Marx hasta el actualísimo Mao es una “guía para la acción”. La teoría marxista no tiene ningún sentido en sí misma en cuanto mera teoría. Es un esquema de acción, más aún un esquema de la acción o praxis revolucionaria. Uno de los caracteres más negativos del marxismo, y más negador de lo mejor de la tradición cultural del occidente greco-latino y cristiano, es, precisamente, esa supremacía permanente de la acción sobre el pensamiento, de la praxis sobre la teoría. El marxismo desprecia la teoría como tal.»
La amistad con la familia Massot, de La Nueva Provincia, le abrió las puertas a una serie preciosa de artículos periodísticos sobre doctrina social de la Iglesia, “La Iglesia y lo social”, que se transformarán luego en su clásico “El Orden Natural”.
Justificando la necesidad de la Doctrina Social de la Iglesia, escribió: «La Iglesia tiene por misión el conducir los hombres a Dios. Pero los hombres alcanzan su destino eterno según que respeten o no el designio providencial de Dios durante su vida en la tierra. De ahí que la doctrina cristiana haya afirmado siempre la vinculación íntima que existe entre el orden natural y el orden sobrenatural, entre la naturaleza y la Gracia, entre la vida terrena y la beatitud eterna.
Un principio teológico fundamental afirma: “La Gracia supone la naturaleza; no la destruye, sino que la sobreeleva.” En el orden moral, por ejemplo, no hay perfección cristiana real que no implique la rectitud moral natural. Las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad suponen la práctica de la templanza, la fortaleza, la justicia y la prudencia, que son virtudes humanas. Lo sobrenatural añade, por cierto, mayores exigencias a lo simplemente humano, en razón de la mayor perfección del fin a alcanzar; pero supone siempre el respeto absoluto de todos los valores humanos.
Del mismo modo, existe una profunda correspondencia entre las verdades naturales, al alcance de la razón, y las verdades sobrenaturales contenidas en la Revelación divina. Así como la caridad presupone la justicia, así también la Fe presupone la razón. Chesterton lo expresaba gráficamente al decir: “Lo que la Iglesia le pide al hombre para entrar en ella, no es que se quite la cabeza, sino tan sólo que se quite el sombrero.”
En razón de su misión sobrenatural, la Iglesia debe velar sobre todos aquellos valores y actividades que puedan afectar directa o indirectamente al progreso religioso de los hombres. Su campo específico de acción es lo que hace directamente a la Fe y la moral. Cabe preguntar si esas normas morales pueden regir sensatamente para lo meramente individual o si, por el contrario, deben abarcar también las actividades sociales de la persona. Evidentemente, la moral incluye ambas dimensiones: lo personal y lo social. “De la forma dada a la sociedad, en armonía o no con las leyes divinas, depende el bien o el mal para las almas” (Pío XII, 1-6-41).» (Carlos Alberto Sacheri, El Orden Natural, Ediciones del Cruzamante, Bs. As., 1980, p. 8).
No sólo delató los errores del socialismo en la patria, sino incluso la infiltración del comunismo ateo dentro de la Iglesia, en su obra “La Iglesia Clandestina”.
«Desde el trasfondo histórico de la Iglesia peregrinante llega hasta nosotros la unánime sentencia de los Santos Padres: Digo y protesto que dividir a la Iglesia no es menor mal que caer en la herejía (S. Juan Crisóstomo, Homilía 11 sobre la epístola a los Efesios, nº 5); Nada hay más grave que el sacrilegio del cisma…, no hay necesidad legítima alguna para romper la unidad (S. Agustín, Contra la epístola de Pameniano, 11, 11, 25).
Esta doctrina constante acerca de la unidad de la Iglesia y de la necesidad de preservarla a cualquier precio, no es sino una de las numerosas proyecciones del mandato divino de la Unidad expresada por Cristo poco antes de que culminara en la Cruz su divina misión redentora: Que todos sean uno (Jn. 17, 21). Esta vocación cristiana de unidad en Cristo y por Cristo ha constituido uno de los pilares del Concilio Vaticano II y uno de los ejes o puntos de mira en torno a los cuales se centra el esfuerzo de renovación pastoral y apostólica de la Iglesia universal.
Tal énfasis en la unidad obedece, sin duda, a los misteriosos designios de la Divina Providencia sobre el Pueblo de Dios, para dirigir su marcha a través del mundo contemporáneo. La inteligencia del cristiano debe esforzarse, en consecuencia, para comprender en la medida de lo posible, el sentido de tal insistencia por parte de la Iglesia no sólo en cuanto instancia permanente del mensaje divino, sino también en referencia a las actuales circunstancias.
En efecto, el mandato de la unidad adquiere hoy, en la Argentina y en el mundo entero, alcances dramáticos, en la medida misma en que desde el interior de la Iglesia Católica algunos grupos la ponen en peligro comprometiendo así, en forma consciente o inconsciente, la realización del Reino de Dios y el destino eterno de las almas. Los agentes del mal no han cesado desde la fundación misma de la Iglesia por Cristo, de asediarla constantemente desde fuera y desde dentro. El Señor nos advirtió de una vez para siempre que tal ofensiva acompañará a sus discípulos hasta el fin de los siglos: No es el discípulo mayor que su Maestro (cf. Jn. 13, 16).
Los ataques reiterados que la Iglesia sufre hoy no constituyen sino uno de tantos episodios protagonizados por las potencias demoníacas en sus vanos intentos de obstaculizar la obra redentora de Dios. Como lo señalará en su tiempo san Cipriano: “Lo que es de temer no es tan sólo la persecución, ni los ataques a cara descubierta que tratan de vencer y destruir a los servidores de Dios. Es más fácil ser cauto cuando se percibe a lo que debe temerse y, ante un adversario manifiesto, el alma se prepara para el combate. Más peligroso y alarmante es el enemigo que avanza sin ruido y que, bajo las apariencias de una falsa paz, repta con ocultos designios; por tal proceder ha merecido el nombre de serpiente.” (De Catholicae Ecclesiae Unitate, nº 5). En la actualidad, la Iglesia Católica se ve asediada desde su mismo interior, por grupos que, invocando a veces legítimos propósitos (de lo contrario, carecerían de toda audiencia), comprometen seriamente la unidad interior de los fieles y enuncian doctrinas erróneas que confunden los espíritus, debilitando su fe y su ardor apostólico.
Las reflexiones que siguen no pretenden otra cosa que contribuir modestamente a la causa de la unidad cristiana hoy comprometida por los grupos pseudo-proféticos que se arrogan carismas especiales y pretenden pontificar sobre toda materia, como si poseyeran la única y verdadera autoridad para zanjar las cuestiones más controvertidas que afectan al hombre de nuestro tiempo. Animado por este espíritu y creyendo desde siempre que debe insistirse más sobre lo positivo y constructivo que sobre lo negativo y lo demoledor, no intento en modo alguno acusar y determinar responsabilidades, dado que ello no es de mi competencia ni de mi agrado. Por el contrario, la finalidad de este estudio es el de contribuir al esclarecimiento de la actual confusión y apuntar aquellas medidas que permitan a la autoridad eclesiástica rectificar la situación actual que escandaliza fundadamente a muchos católicos y reafirmar la unidad de fe y caridad en la Iglesia argentina.
En espíritu de esperanza y fiel a nuestra condición de laicos católicos deseo vivamente que se cumpla aquello que enunciara Dom Guéranger: “Hay una gracia inherente a la confesión plena y entera de la Verdad. Esta confesión (nos dice el Apóstol) es la salvación de quienes la hacen y la experiencia demuestra que ella es asimismo la salvación de quienes la escuchan.” La gravedad del fenómeno actual de la IGLESIA CLANDESTINA exige esa “confesión plena y entera de la Verdad” con la ponderación y energía que requiere asunto tan delicado y trascendental.»
Es un trabajo teológico de alto vuelo, donde denuncia la infiltración del modernismo y un llamado a los laicos a construir la Cristiandad. Sin duda, pagó su valentía con su propia sangre. Él mismo preveía su fin: al publicar el libro le puso la faja: “Seremos fusilados por curas bolcheviques”, del escritor Bernanos.
No contento todavía con esto, escribió una famosa solicitada (firmada el 25 de mayo de 1969) en los diarios La Nación y La Razón el 28 y el 29 de mayo de 1969 dirigida a los obispos argentinos (“A nuestros Padres en la Fe”), en la que les pedía que desacrediten públicamente al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, hecho que consiguió, gracias a su constancia.
«En nuestra condición de laicos y católicos y haciendo uso de las atribuciones que tal condición nos confiere, en conformidad con lo aprobado por el Concilio Vaticano II (Const. Lumen Gentium, Cap. IV), nos dirigimos a nuestros Padres y Pastores para solicitarles intervengan con voz clara y decidida para poner fin a una situación que, de continuar como hasta el presente, puede provocar gravísimas consecuencias para la Iglesia y el país entero.
Nuestra Obra es exclusivamente de acción doctrinal y está al servicio de todos aquellos que asuman con seriedad su misión de responsables sociales y quieran colaborar  en la incesante instauración del reinado social de Nuestro Señor Jesucristo. Con tal objeto, desde hace diez años y absteniéndonos deliberadamente de toda opción política particular, hemos debido señalar reiteradas veces la infiltración marxista en los ambientes católicos (cf. VERBO, 41, junio 1964), la creciente difusión del neomodernismo progresista (rechazado por Pablo VI, por no ser “ni cristiano ni católico”, 11 – VIII - 63), la aplicación de las técnicas de guerra revolucionaria (cf. VERBO, 69 al 72, abril – junio, 1967), los peligros de la dialéctica entre católicos (VERBO, 44 – 45, septiembre de 1964; 50,  mayo de 1965; 58, mayo de 1966) y la universidad moderna como factor de subversión (cf. VERBO, 82, julio 1968).
No obstante, resulta doloroso constatar que: 1) las tesis progresistas se han vuelto materia habitual de enseñanza y de predicación en ciertos grupos de sacerdotes; 2) la infiltración marxista en ambientes católicos se ha desarrollado más y más; 3) un número creciente de sacerdotes, especialmente los más jóvenes, presenta una disminución manifiesta de su formación, espiritualidad y espíritu de obediencia, llegando un número apreciable de ellos a abandonar el sacerdocio; 4) la difusión de una mentalidad “pseudo-conciliar”, repetidas veces repudiada por S. S. Pablo VI, no hace sino confundir al laicado desarmándolo ante los errores actuales; 5) el recurso demagógico a planteos violentos, es representado por muchos como única alternativa “eficaz” y legítima para la solución de los problemas sociales.
Este proceso desemboca hoy en la agitación que conmueve al país entero y que obedece inequívocamente a un plan subversivo de inspiración marxista, en sincronización con hechos análogos ejecutados a nivel internacional.  A la rigurosa orquestación de dicho plan responden: la conducción radioeléctrica de los operativos callejeros en Corrientes, la constitución de guerrillas urbanas en Rosario, la interrupción de servicios eléctricos en Córdoba, el traslado de grupos activistas extraños al lugar de los hechos, etc., etc.
Frente a ello, vemos con dolor que clérigos, tanto seculares como regulares, algunos de los cuales ejercen elevadas funciones, y dirigentes laicos de movimientos católicos oficiales, se hacen eco, o incitan o se enrolan en forma poco responsable (inconsciente o deliberadamente), en actitudes netamente subversivas del orden social.
Ante tales hechos y actitudes, y sin desconocer el intenso esfuerzo de renovación pastoral, actualmente dirigido por el Episcopado argentino, creemos nuestro deber impostergable señalar abiertamente la gravedad de tales acontecimientos. Encarecemos a los miembros del Episcopado ejerzan la plenitud de su autoridad doctrinal y pastoral (Lumen Gentium, Cap. III, n. 27), ya que la autoridad legítima es maestra y responsable, tanto de sus decisiones como de sus omisiones.
Este llamado filial no tiene otro motivo que advertir el peligro actual y apoyar abiertamente el ejercicio de la autoridad eclesiástica en el plano de su competencia propia. No creemos equivocarnos al decir que las actitudes extremas aquí denunciadas son obras de pequeños grupos activistas, que son eficaces en la medida en que nadie ni nada se les opongan seriamente. Mientras tanto, la mayoría de los católicos espera dócilmente que se den directivas por quienes tienen la real responsabilidad.
Por último debemos señalar que quienes, como católicos, suman su acción a la de los elementos subversivos del orden temporal, no dejarán (como hechos recientes lo prueban) de prolongar tales acciones en una crítica sistemática y demoledora de la autoridad eclesiástica hasta reemplazar “la Iglesia de los Santos” por una “Iglesia de tribunos”.
Reiteramos nuestra constante fidelidad al Magisterio ordinario y extraordinario de nuestra Iglesia. En filial agradecimiento de tantos gestos de aliento recibidos en numerosas ocasiones (máxima recompensa de nuestra modesta labor) correspondemos con este llamado que es, al mismo tiempo, una confirmación de nuestra adhesión profunda y permanente a nuestros Padres en la Fe.»
Se preocupó por la política nacional, siendo el principal referente y fundador de Premisa, a partir del 11 de enero de 1974, revista opositora al gobierno de Isabel Perón, cuyo protagonista principal era el “Brujo” López Rega. La logia al que él pertenecía (“Anael”) ya había sido denunciada en La Iglesia Clandestina.
Él sabía de su propio destino. Cuando le contaron en Corrientes que habían asesinado a Genta, él respondió: “Yo sé que para mí tienen preparado algo similar, pero las amenazas y esa posibilidad no me harán declinar en esta lucha por Dios y por la Patria.”
Saliendo de la santa Misa de la Catedral de San Isidro, con su esposa, sus siete hijos y tres amigos de ellos, fue cuando fue interceptado por las hordas. Este es el testimonio de su propio hijo.
 “Fue un domingo a la mañana temprano. Mi madre pasó a buscarnos a mi padre y a mis siete hermanos a la salida de misa y nos dirigimos hacia casa. Vivíamos en la avenida Libertador. Tuvo que detenerse para esperar a unos autos que venían por la contramano. Yo estaba distraído. Escuché un estampido muy fuerte y pensé instantáneamente, en décimas de segundo, que había estallado un petardo, ya que era 22 de diciembre, faltaban dos días para Navidad [de 1974]. Miré hacia la derecha y vi la cara de un hombre —el asesino— que hoy, pese a que han pasado más de veinte años, la tengo perfectamente grabada en mi mente. Iba en un Peugeot 504 celeste. Cuando de pronto escucho el grito de mi madre y veo a mi padre con la cabeza inclinada, sangrando y todos en derredor bañados en sangre. En el asiento de adelante íbamos mi madre con mi padre y Clara, la más pequeña de todos, que tenía entonces dos años, en su falda y yo del lado de la puerta. En el asiento trasero venían mis otros hermanos con unos amigos.
Pues bien, enseguida llevaron a mi padre al Hospital de San Isidro y allí estuvo unas pocas horas en terapia intensiva, al cabo de las cuales murió.” (Testimonio de José María Sacheri)
Luego fue enviado un comunicado, en el que se atribuye el asesinato de ambos profesores al ERP, “Ejército de Liberación 22 de agosto”. Como escribió Antonio Caponnetto: “A Sacheri lo matan las fuerzas combinadas del terrorismo y de la subversión marxistas, ya que sabían de un modo explícito que tenían en él a un contrincante formidable e irreductible. Lo asesinan calculadamente —casi podríamos escribir ritualmente, a juzgar por las expresiones posteriores del grupúsculo que se adjudicó la autoría material del crimen— como señal de que su vida y su obra resultaban un desafío y una amenaza a la hediondez dominante.” (Antonio Caponnetto, Carlos Alberto Sacheri, un mártir de Cristo Rey, Roca Viva, Bs. As., 1998, p. 13).
«Sr. Director de la revista Cabildo D Ricardo Curutchet ¡Presente! Carísimo hermano en Cristo Rey: Nos dirigimos a usted con la confianza que nos dan los dos contactos mantenidos con la comunidad nacionalista católica y la revista Cabildo, su más digno exponente, en las personas de los queridísimos, aunque extintos profesores Jordán B. Genta y Carlos A. Sacheri. Nos guía la certeza de que seremos atendidos por Vd. con la caridad cristiana que ilumina cual antorcha sagrada, su cosmovisión escolástica, virtud ésta enseñada por Cristo y de la que fueron devotos fervorosos Santo Tomás y San Agustín. No pretenderemos referirnos a las circunstancias del fallecimiento de los profesores nombrados, sólo haremos mención de algunos detalles que los rodean. Enterados de la ferviente devoción que los extintos profesaban a Cristo Rey, de quien se decían infatigables soldados, nuestra comunidad ha esperado las festividades de Cristo Rey según el antiguo y nuevo “ordo missae” y ha permitido que los nombrados comulgaran del dulce Cuerpo de su Salvador para que pudieran reunirse con Él en la gloria, puesto que en este Valle de Lágrimas eran depositarios de la Santa Eucaristía. Como información fidedigna le comunicamos, un tanto apenados, que el difunto Sacheri no comulgó ese aciago domingo en el que concurrió por última vez a la prolongación del sacrificio de la Cruz. Nuestro enviado le dio una oportunidad, pero, oh… desatino, él no supo aprovecharla y lamentamos que esté pagando sus culpas veniales en el purgatorio (no queremos pensar que haya caído en el Fuego Eterno). Como sabemos que Ustedes y sus allegados también profesan con tan sagrada unción una devoción sublime al reinado de Cristo en la Tierra, nos vemos en la obligación de solicitar las fechas que guarden alguna relación con esa festividad sagrada, puesto que según el “ordo missae” no figura en el año litúrgico otra festividad similar en lo inmediato. Para su comodidad nos permitimos sugerirle el Domingo de Ramos, en el que Cristo, montado humildemente en un jamelgo, es coronado victoriosamente Rey de los Cielos y de la Tierra. Para tranquilidad suya le aseguramos que nos comunicaremos con Usted o… con alguno de sus “soldados de Cristo Rey”, quizás de manera un tanto repentina y no exenta de violencia, cuando se hallen en estado de Gracia y hayan participado del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Divino Redentor. Por este sagrado motivo le sugerimos que no haga diagramar la próxima tapa de su digna revista, pues le ahorraremos el trabajo de buscar el tema, tal cual lo hemos hecho en los dos números anteriores y hasta le adelantamos el original. Esperamos que tenga oportunidad de decirnos si es de su agrado; si así no fuera queda a su criterio diagramarla, pero recuerde, el tema lo pondremos nosotros. Esperamos no haber abusado de su valioso tiempo y nos atrevemos a pedirle que interceda ante Dios, con el diálogo de los justos, por la salvación de nuestras almas. Nos despedimos ofreciendo a Dios Padre, por Cristo, con Cristo y en Cristo todo el honor y toda la gloria de nuestras acciones, por los siglos de los siglos. Amén. Fdo. Ejército de Liberación 22 de Agosto». Y agregan el tétrico diagrama de la futura revista, con el agrado «Por el Reinado de Cristo en la Patria. Presente. (Requiescat in pace).»
Las alusiones burlescas y sacrílegas a la religión y a Cristo Rey ocupan el núcleo central, denotando una pluma clerical y la revancha por La Iglesia Clandestina.
La realidad de su martirio fue reconocida enseguida por aquellos Pastores valientes que sabían la valía intelectual de Carlos, y por innumerables personas que seguían su apostolado. Aquí tenemos, por ejemplo, el testimonio de Mons. Adolfo Tortolo, al prologar su propio libro.
 «Sacheri advirtió que el muro se iba agrietando velozmente, por el doble rechazo del orden sobrenatural y del orden natural. Vio la problemática del orden natural subvertido y vigorizado por una técnica portentosa. Y se volcó de lleno, no a llorar, sino a restaurar el orden natural. Aquí está la razón de su sangre mártir.» (Prólogo de Mons. Adolfo Tortolo a la obra de Carlos Alberto Sacheri, El Orden Natural, Ediciones del Cruzamante, Bs. As., 1980, pp. VI-VII).
Al igual como lo hemos pedido al conmemorar el cuadragésimo aniversario de la muerte de Jordán B. Genta, pidamos a Dios que prontamente Carlos Sacheri sea elevado a la gloria de los altares.
«Señor Dios Padre, que nos diste en tu Iglesia y en la tierra argentina a Carlos Alberto Sacheri, laico, padre de familia, filósofo, profesor, patriota, defensor de la fe, escritor y orador, maestro de la doctrina social católica; te pedimos que se lo declare santo, para que sirva como modelo de virtudes y para mayor gloria tuya, y especialmente, por sus méritos, te rogamos por (pedimos por nuestra intención). Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Terminamos con el famoso poema que le dedicara Abelardo Pithod, en el homenaje que la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Pontificia Universidad Católica, Mendoza, y el Ateneo de Cuyo rindieron a Carlos Alberto Sacheri el 26 de diciembre de 1974, festividad de San Esteban Protomártir.
Oración por el hermano muerto por Dios y por la Patria
¡Carlos Alberto Sacheri, hermano predilecto, camarada!
Te arrebataron, hermano, te arrancaron la vida como nada.
Te arrancaron la vida a borbotones
y tu sangre que no para
es como una fuente pura y roja,
inmaculada,
de gracia redentora
sobre la Patria desolada.
Tu sangre, tu preciosa sangre, tu sangre entrañable y nuestra
ya no la pueden parar aunque quisieran.
¡Pero te han muerto y nos han muerto el corazón de pena!
Te han muerto, hermano queridísimo,
te mataron por lo que eras
y ahora cómo podremos vivir
con Dios y la Patria pidiéndonos cuenta.
¿Dónde está tu hermano? ¿Dónde está tu hermano?
¡Y qué le dirá nuestra conciencia!
¡Te mataron hermano! ¡Cómo creer que es cierto!
Con un sólo arrancón te quitaron la vida como nada,
con un solo y limpio dardo de fuego
te hendieron la alta frente despejada.
Te abrieron un sendero
por el que te adentras y nos dejas, hermano predilecto,
y te vas de la vida a la Vida
apretando en tu pecho
al Cristo que guardabas.
¡No! ¡no hay muerte repentina!
Tú la miraste venir con ojazos buenos
que no sabían mirar sino de frente,
como de frente y hace mucho la mirabas.

Fuiste tú, lo sabemos. Peregrino, desde siempre la elegiste.
Pero tú, hermana muerte apresurada,
te lo llevaste avariciosa como llevas
las almas predestinadas.

Así, Carlos Alberto, hermano, tuviste la muerte merecida,
la muerte repentina de los buenos.
Ahora que estás donde querías,
camarada huidizo, espéranos.
Hasta la muerte hermano,
hasta tu muerte que no nos merecemos.



[1] Este artículo fue publicado originariamente en la página Adelante la Fe, el día 22 de diciembre de 2014, cuyo escrito puede verse aquí.

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