jueves, 7 de septiembre de 2017

Décimo aniversario del Motu Proprio Summorum Pontificum del Papa Benedicto XVI


Traduzco la conferencia dada por el Card. Robert Sarah, que aparece aquí, con ocasión de cumplirse el décimo aniversario del famoso documento del Papa Benedicto XVI. El Cardenal describe la importancia de la liturgia en la vida de la Iglesia, su situación actual, y las soluciones posibles. Interpreta de este modo cuál ha de ser la verdadera reforma: no que el sacerdote se transforme en un showman, sino un volver continuamente a las fuentes. El Prelado africano hace esta hermenéutica en base al pensamiento del Papa alemán, expresado ante todo en sus obras litúrgicas, las cuales, junto con sus exégesis bíblicas y patrísticas, son el fruto más excelente de su legado a la Iglesia.


Para una reconciliación litúrgica

Por el Cardenal Robert Sarah

Nosotros celebramos el 7 de julio el décimo aniversario del Motu Proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI. Estamos felices y muy honrados de proponerles, para abrir este dossier, una reflexión apasionante del Cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, que nos invita a colocar plenamente en obra este Motu Proprio.

«La liturgia de la Iglesia ha sido para mí la actividad central de mi vida […] ella ha devenido el centro de mi trabajo teológico»[1], afirma Benedicto XVI. Sin embargo, ha enseñado sólo un poco sobre ella durante su pontificado. Ciertamente, sus homilías permanecerán como documentos insuperables por generaciones. Pero es necesario también subrayar la importancia mayor del Motu Proprio Summorum Pontificum. Lejos de apuntar solamente la cuestión jurídica del estatuto del antiguo misal romano, el Motu Proprio coloca la cuestión de la esencia misma de la liturgia y de su lugar en la Iglesia. La enseñanza contenida en este documento no apunta entonces solamente a reglamentar la coexistencia armoniosa de dos formas de la Misa romana. ¡No! Lo que está en causa, es el lugar de Dios, el primado de Dios. Como lo subraya el «Papa de la liturgia»: «La verdadera renovación de la liturgia es la condición fundamental para la renovación de la Iglesia»[2]. El Motu Proprio es un documento magisterial capital sobre el sentido profundo de la liturgia, y por consecuencia, de toda la vida de la Iglesia. Diez años después de su publicación, importa hacer un balance: ¿Hemos puesto por obra esa enseñanza? ¿La hemos comprendido en profundidad?
La liturgia se ha vuelto un campo de batalla, el lugar de los enfrentamientos entre los defensores del misal preconciliar y aquellos del Misal nacido de la reforma de 1969. El Sacramento del amor y de la unidad, el sacramento que permite a Dios devenir nuestro sustento y nuestra vida, y de divinizarnos quedándose Él en nosotros y nosotros en Él, se ha vuelto en una ocasión de odio y de menosprecio. El Motu Proprio ha puesto definitivamente fin a esta situación. En efecto, Benedicto XVI afirma con su autoridad magisterial que «no es conveniente de hablar de dos versiones del Misal Romano como si se tratase de “dos Ritos”. Se trata ante todo de un doble uso del único y mismo Rito.»[3]
De este modo, él reorganiza de dos en dos todos los combatientes de la guerra litúrgica. Las expresiones del Papa son fuertes, ellas revelan claramente una intención de enseñar de manera definitiva: los dos misales son dos expresiones de la misma lex orandi. «Estas dos expresiones de la lex orandi de la Iglesia no inducen alguna división de la lex credendi de la Iglesia; son, en efecto, dos puestas en obra del único rito romano»[4].
Estoy íntimamente persuadido que no se ha terminado de descubrir todas las implicancias prácticas de esta enseñanza. Yo quiero aquí deducir algunas consecuencias.
Desde luego, la Iglesia no se contradice: no hay una Iglesia preconciliar frente a otra Iglesia posconciliar. No hay más que una única Iglesia, sacramento y presencia continua de Cristo sobre la tierra. Es tiempo que los cristianos contemplen esta presencia de Cristo con la mirada de la fe y, por consiguiente, expulsen las visiones mundanas, ideológicas, sociológicas o mediáticas. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica, en el espacio y en el tiempo, según nuestro Credo. Toda reforma en la Iglesia es un retorno a las fuentes, jamás la victoria de un clan sobre otro.
También, aquellos que pretenden que el uso de la forma extraordinaria del rito romano vuelva a poner en cause la autoridad del Concilio Vaticano II se engañan gravemente. Como lo afirma Benedicto XVI con autoridad, «este temor no es fundado»[5]. ¿Cómo suponer que el Concilio haya querido contradecir eso que se hacía antes? Tal hermenéutica de ruptura es contraria al espíritu católico. El Concilio no ha querido romper con las formas litúrgicas heredadas de la tradición, sino al contrario profundizarlas. La Constitución Sacrosantum Concilium estipula: «Las nuevas formas deben partir desde las formas antiguas por un desarrollo de alguna manera orgánico» (SC 23). Sería entonces erróneo considerar que las dos formas litúrgicas realzan dos teologías opuestas. ¡La Iglesia no tiene más que una sola verdad para enseñar y para celebrar: Jesucristo, y Jesús crucificado! Esto es lo que afirma San Pablo a los Corintios: « Hermanos, esto no es con el prestigio de la palabra y de la sabiduría que yo os he venido a anunciar el misterio de Dios. Porque he decidido no saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo y Jesucristo crucificado.» (1 Cor. 2, 1-2).

LA RIQUEZA MUTUA
Esta verdad tiene consecuencias en cuanto a la teología y a la práctica de la liturgia. Puesto que hay continuidad profunda y unidad entre las dos formas del rito romano, entonces necesariamente las dos formas deben aclararse y enriquecerse mutuamente. Benedicto XVI coloca un principio profundo y fecundo: «No hay ninguna contradicción entre una y otra edición del Misal Romano. La historia de la liturgia está hecha de crecimiento y de progreso, jamás de ruptura»[6]. Él bosqueja allí apenas las consecuencias: «Las dos formas en uso del Rito Romano pueden enriquecerse recíprocamente». Da algunas pistas: «En el antiguo Misal podrían estar y deberían ser insertados nuevos santos[7] y algunos nuevos prefacios… en la celebración de la Misa según el Misal de Pablo VI podría estar manifestado de manera más fuerte aquellos elementos que todavía no lo han sido hasta el presente, esa sacralidad que atrae a numerosas personas hacia el antiguo rito»[8].
Es prioritario que con la ayuda del Espíritu Santo, nosotros examinemos, en la oración y en el estudio, cómo retornar a un rito común reformado siempre con esta finalidad de una reconciliación en el interior de la Iglesia porque, por el momento, hay todavía violencia, menosprecio y oposiciones dolorosas que demuelen la Iglesia y nosotros nos alejamos de esta unidad por la cual Jesús ha rezado y ha muerto sobre la Cruz.
Él nos recuerda, diez años después de este acto profético, de poner por obra esta riqueza mutua que el Papa Benedicto llamaba una «reconciliación interna de la Iglesia»[9]. El coraje pastoral del Papa Francisco nos invita aquí a ser muy concretos. ¡Sigámoslo!

A AQUELLOS QUE PRACTICAN LA FORMA EXTRAORDINARIA
Yo quisiera dirigirme desde luego a todos aquellos que practican la forma extraordinaria del rito romano. Queridos amigos, la celebración de una forma litúrgica no debe devenir una postura estética, burguesa, una forma de arqueologismo cultural. El Papa Francisco, hace apenas poco, nos ha puesto en guardia contra una actitud de rigidez defensiva. «La liturgia consiste en entrar verdaderamente en el misterio de Dios, en dejarse llevar al misterio y estar en el misterio», dijo él. La forma extraordinaria lo permite excelentemente, ¡no la transformen en ocasión de división! El uso de la forma extraordinaria es parte integral del patrimonio vivo de la Iglesia católica, ella no es un objeto de museo, testimonio de un pasado glorioso pero ya pasado. ¡Tiene vocación a ser fecundada por los cristianos de hoy! También sería hermoso que aquellos que utilizan el misal antiguo observen los criterios esenciales de la Constitución sobre la liturgia sagrada del Concilio. Es indispensable que estas celebraciones integren una justa concepción de la participatio actuosa de los fieles presentes (SC 30).
La proclamación de las lecturas debe poder ser comprendida por el pueblo (SC 36). Por lo mismo, los fieles deben poder responder al celebrante y no contentarse con ser espectadores extranjeros y mudos (SC 48). En fin, el Concilio llama a una noble simplicidad del ceremonial, sin repeticiones inútiles (SC 50).
Él delega a la Comisión Pontificia Ecclesia Dei de proceder en esta materia con prudencia y de manera orgánica. Se puede desear, allí donde sea posible, si hay comunidades que lo pidan, una armonización de los calendarios litúrgicos. Se debe estudiar las vías hacia una convergencia de los leccionarios.
En todos los casos, la forma extraordinaria del rito romano no puede ser llamada el «rito preconciliar». Ella es ya una forma de la liturgia romana que debe ser aclarada, vivificada y guiada por la enseñanza del Vaticano II. ¡Con humor se puede afirmar que Benedicto XVI ha hecho de la forma extraordinaria una liturgia postconciliar!
Es necesario estimular fuertemente la posibilidad de celebrar según el antiguo Misal Romano como signo de identidad permanente de la Iglesia. Porque esto que era hasta 1969 la liturgia de la Iglesia, la cosa más sagrada para todos nosotros, no puede haber devenido, después de 1969, la cosa más inaceptable. Es absolutamente indispensable reconocer que eso que era fundamental en 1969, permanece también así en 2017 y después: es una misma sacralidad, una misma liturgia.

LA MISMA LEX ORANDI
Las dos formas litúrgicas manifiestan la misma lex orandi. ¿Cuál es esta ley fundamental de la liturgia? Permítanme citar todavía al Papa Benedicto: «La mala interpretación de la reforma litúrgica que se ha difundido largamente en el seno de la Iglesia Católica ha conducido cada vez más a colocar en el primer lugar el aspecto de la instrucción, y aquel de nuestra propia actividad y creatividad. El “hacer” del hombre casi ha provocado el olvido de la presencia de Dios. […] La existencia de la Iglesia saca su vida de la celebración correcta de la liturgia. La Iglesia está en peligro cuando la primacía de Dios no aparece más en la liturgia, y por consiguiente, en la vida. La causa más profunda de la crisis que ha arruinado a la Iglesia se encuentra en el oscurecimiento de la prioridad de Dios en la liturgia»[10]. El Cardenal Joseph Ratzinger nos vuelve a decir que el «“misterio pascual”, de otro modo dicho el núcleo más íntimo del evento redentor de toda la humanidad, constituye el núcleo de “la obra de Jesús”; esto es el “misterio pascual”, y no la obra del hombre, que está verdaderamente contenida en la liturgia. En ella, por la fe y la oración de la Iglesia, “la obra de Jesús” reúne continuamente al hombre para penetrarlo y restituirlo a su filiación divina»[11].
He aquí entonces eso que la forma ordinaria debe volver a aprender con prioridad: la primacía de Dios. Ella puede, ella debe dejarse aclarar por la forma extraordinaria. ¡«La liturgia está principalmente y tiende todo el culto de la Divina Majestad», nos enseña el Concilio! Ella nos pone en presencia del misterio de la trascendencia divina. Ella no tiene un valor pedagógico más que en la medida donde ella está toda entera ordenada a la glorificación de Dios y al culto divino. «Cristo no ha abolido lo sagrado sino que él lo ha llevado a su cumplimiento, inaugurando un culto nuevo, que ciertamente es plenamente espiritual, pero que sin embargo, en tanto que nosotros estamos en camino en el tiempo, se engarza todavía de signos y de ritos»[12]. Permítanme expresar humildemente mi temor: la liturgia de la forma ordinaria nos podría hacer correr el riesgo de extraviarnos de Dios por el hecho de la presencia masiva y central del sacerdote. Él está constantemente delante de su micro, y tiene sin cesar la mirada y la atención tornada hacia el pueblo. Es como un filtro de luz opaco entre Dios y el hombre. Cuando nosotros celebramos la Misa, ponemos siempre sobre el altar una gran cruz, una cruz que se vea bien, como punto de referencia para todos, para el sacerdote y para los fieles. De este modo, nosotros tenemos nuestro Oriente porque finalmente el Crucificado es el Oriente cristiano, dice Benedicto XVI.

DE LA IMPORTANCIA DE LOS GESTOS
Estoy persuadido que la liturgia puede enriquecerse con actitudes sagradas que caracterizan a la forma extraordinaria, todos estos gestos que manifiesten nuestra adoración de la Santa Eucaristía: mirar los dedos juntos después de la consagración, hacer la genuflexión antes de la elevación, o después del Per ipsum, comulgar de rodillas, recibir la comunión sobre los propios labios dejándose alimentar como un niño, como Dios mismo lo pide: «Yo soy el Señor tu Dios, abre bien tu boca, y yo te saciaré» (Ps. 81, 11).
No hay allí nada de infantilismo o vuelta hacia una mentalidad supersticiosa. El Pueblo de Dios, guiado por su intuición de la fe, sabe que, sin una humildad radical hecha de gestos de adoración y de ritos sacros, no tiene amistad posible con Dios. Los fieles, aún los más simples, saben que estos gestos sagrados son uno de sus tesoros más preciados.
El uso del latín en ciertas partes de la Misa puede también ayudar a reencontrar la esencia profunda de la liturgia. Realidad fundamentalmente mística y contemplativa, la liturgia está fuera de ser alcanzada por nuestra acción humana. Por lo tanto, ella supone de nuestra parte una apertura al misterio celebrado. Así la Constitución conciliar sobre la liturgia recomienda a la vez la plena inteligencia de los ritos (SC 34) y prescribe «que los fieles puedan decir o cantar juntos en lengua latina las partes del ordinario que aparecen» (SC 36 y 54). En efecto, la inteligencia de los ritos no es la obra de la razón humana dejada a ella misma, que debería tomarse toda, toda comprendida, toda dominada. Pero, ¿se tiene el coraje de seguir al concilio hasta aquí? Exhorto a los jóvenes sacerdotes a abandonar con osadía las ideologías de los fabricantes de liturgias horizontales y a volver a las directivas de Sacrosantum Concilium. Que vuestras celebraciones litúrgicas lleven los hombres a reencontrar a Dios cara a cara y a adorarlo, y que este reencuentro los transforme y los divinice.
«Cuando el rostro sobre Dios no está determinado, todo el resto pierde su orientación»[13], nos dice Benedicto XVI. La reciprocidad es verdadera: cuando se pierde la orientación del corazón y del cuerpo hacia Dios, se cesa de determinarse con respecto a Él, literalmente, se pierde el sentido de la liturgia. Orientarse hacia Dios es ante todo un hecho interior, una conversión de nuestra alma hacia el único Dios. La liturgia debe operar en nosotros esta conversión hacia el Señor que es el Camino, la Verdad, la Vida. Para ello, ella utiliza signos, medios simples. La celebración ad orientem en parte lo hace. Ella es uno de los tesoros del pueblo cristiano que nos permite conservar el espíritu de la liturgia. La celebración orientada no debe devenir la expresión de una actitud partisana y polémica. Debe quedarse, al contrario, como la expresión de un movimiento más íntimo y más esencial de toda liturgia: nosotros nos tornamos hacia el Señor que viene.

LA IMPORTANCIA DEL SILENCIO
He tenido la ocasión de subrayar también la importancia del silencio litúrgico. En el Espíritu de la liturgia, el Cardenal Ratzinger escribía: «Cualquiera ha hecho la experiencia de una comunidad unida en la plegaria silenciosa del Canon sabe que representa un silencio verdadero. Allí, el silencio es a la vez un grito creyente, penetrante, lanzado hacia Dios, y una comunión de oración llenada del Espíritu.» En su tiempo, había afirmado con fuerza que la recitación en voz alta de la integralidad de la Oración eucarística no era el único modo para obtener la participación de todos. Nosotros debemos trabajar por una solución equilibrada y abrir espacios de silencios en este dominio.
¡Apelo con todo mi corazón a poner por obra la reconciliación litúrgica enseñada por el Papa Benedicto, en el espíritu pastoral del Papa Francisco! Jamás la liturgia debe devenir la bandera de un partido. Para algunos, la expresión «reforma de la reforma» ha venido a ser sinónimo de dominación de un clan sobre otro, esta expresión corre el riesgo entonces de devenir inoportuna. Prefiero entonces hablar de reconciliación litúrgica. ¡En la Iglesia, el cristiano no tiene adversario! Como escribía el Cardenal Ratzinger, «nosotros debemos reencontrar el sentido de lo sagrado, el coraje de distinguir entre lo que es cristiano y lo que no lo es; no para erigir sus barreras, sino para transformar, para ser verdaderamente dinámicos»[14]. Más todavía que una «reforma de la reforma», ¡él habla de la reforma de los corazones! Se realiza con una reconciliación de las dos formas de un mismo rito, con un enriquecimiento mutuo. ¡La liturgia debe siempre reconciliarse con ella misma, con su ser profundo!
Esclarecidos por la enseñanza del Motu Proprio de Benedicto XVI, confortados por la audacia del Papa Francisco, es tiempo de ir hasta el extremo de este proceso de reconciliación de la liturgia con ella misma. Este signo magnífico sería si nosotros pudiéramos, en una próxima edición del Misal romano reformado, insertar en anexo las oraciones al pie del altar de la forma extraordinaria, pudiendo ser en una versión simplificada y adaptada, y las oraciones del ofertorio que contienen una tan bella epíclesis que vienen a completar el Canon romano. ¡Sería, al fin, manifiesto que las dos formas litúrgicas se esclarecen mutuamente, en continuidad y sin oposición! Entonces, ¡nosotros podríamos devolver al Pueblo de Dios, un bien que es tan profundamente atacado!
Hace algunos días, para Pentecostés, el Papa Francisco nos ha exhortado: «Conviene evitar dos tentaciones recurrentes. La primera, aquella de buscar la diversidad sin la unidad. Aquella llega cuando se quiere distinguir, cuando se crean coaliciones y partidos, cuando se mantiene firmes sobre posiciones que excluyen, cuando se enferma sobre particularismos, juzgando que se es mejor y que siempre se tiene la razón. […] La tentación opuesta consiste en buscar la unidad sin la diversidad. La unidad deviene así uniformidad, obligación de hacer todo junto y todo semejante, de pensar todos siempre de la misma manera. De esta manera, la unidad termina por ser homologación y no hay más libertad. O, como dice San Pablo, allí donde el Espíritu del Señor está presente, allí está la libertad.»





[1] Benedicto XVI, Prefacio a la versión alemana de sus Obras Completas sobre la liturgia, 29 de junio de 2008.
[2] Benedicto XVI, Prefacio a la versión rusa de sus Obras Completas sobre la liturgia, 11 de julio de 2015.
[3] Carta a los Obispos, acompañando el Motu Proprio del 7 de julio de 2007.
[4] Motu Proprio Summorum Pontificum, art. 1.
[5] Carta a los Obispos, acompañando el Motu Proprio del 7 de julio de 2007.
[6] Ibid.
[7] Por ejemplo, Maximiliano Kolbe, Edith Stein (Sor Teresa Benedicta de la Cruz), los mártires de España, aquellos de Ucrania, Josefina Bakhita, Clementina Anuarite, etc.
[8] Ibid.
[9] Ibid.
[10] Benedicto XVI, Prefacio a la versión rusa de sus Obras Completas sobre la liturgia, 11 de julio de 2015.
[11] Cf. Alrededor de la cuestión litúrgica con el Cardenal Ratzinger, Abadía Notre-Dame de Fontgombault, julio 2001.
[12] Benedicto XVI, Homilía para la Fiesta de Corpus Christi, junio de 2012.
[13] Benedicto XVI, Prefacio a la versión alemana de sus Obras Completas sobre la liturgia, 29 de junio de 2008.
[14] J. Ratzinger, Servidor de vuestra alegría, Milán, 2002, 127.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario